Anecdotas, historias, relatos..




https://www.youtube.com/watch?v=iO3ZmUzMaiY


Todo tiene solución

Paula se levanta plácida, llena de energía. Hoy tiene el día libre porque en el trabajo ayer entregó ese proyecto importante y en la universidad está de vacaciones. Coincide en día libre con su novio, Esteban, con quien saldrá de paseo por la tarde.
Este seguro será un día fantástico, el sol salió ahora bien decidido a quedarse todo el día, mucha lluvia como que también aburre, piensa Paula. Su mamá ha sido muy amable en el desayuno, y su papá, en un raro gesto romántico, fue al jardín y cortó dos rosas, una roja y una blanca. La roja para mamá y la blanca para vos, le dijo cuando entró del jardín. Todo parecía perfecto, porque Paula aún no había recibido un par de mensajes en su celular que le amargarían el día.
Después del desayuno Paula va a supermercado a comprar cosas para la casa y para ella. Va feliz, va contenta, todo mundo parece amable, este es un día bonito, le cuesta pensar que hayan gentes amargadas. Camina por los pasillos del super y escoge los productos: leche, corn flakes, yogurt, azúcar. Luego pasa a la sección de lencería y compra ropa interior, quién sabe, tal vez y haya suerte con Esteban hoy por la noche. Mientras sonríe pensando en su novio, le llega el primer mensaje de celular:
Mayra
22-Jul-08 9:49 a.m.
Tenés que venir. El cliente no autoriza el proyecto y está molesto.
El proyecto es uno de los más importantes de la empresa, y el cliente estuvo en cada paso del desarrollo y estuvo de acuerdo con todo. Fueron varios fines de semana y noches de desvelo y aparentemente, todo quedó perfecto. ¿Qué habría fallado? La empresa dependía en buena parte de ese proyecto para este año, y si se pierde el cliente, las cosas se pondrán muy malas. Muy malas.
Paula llama entonces a Esteban y anula los planes para la tarde. Nota a Esteban algo molesto, pero no tanto por los planes anulados sino por algo más. Y recuerda que en días anteriores tuvieron una pelea algo rara. Se siente mal porque esperaba de su novio algunas palabras de aliento, porque él sabía lo importante que era para ella ese proyecto. Él, que siempre había estado con ella, ahora pareció tan distante, tan incomprensivo. Ni siquiera respondió el tequieromucho que ella le dijo cuando se despidió.
Bueno, pensó Paula, hay que hacerle, porque no queda de otra.
Cuando sale del super, algunas nubes están amenazando con llevarse el bonito día que hasta ahora estaba haciendo. Para qué quiero ahora un día bonito, pensó amargada Paula, y salió del comercial rumbo a su casa sin la sonrisa y el buen ánimo que traía. Una mujer policía la mira y hace un inexplicable gesto de desprecio mientras ella pasa y cruza la calzada para llegar a su colonia. Al llegar a casa, su mamá le reclama varias cosas que no había traído: carne (cómo se la había encargado), sal y condimentos. Si no me ayudás m’hija, quién lo va a hacer, no te puedo encargar ni una cosa pequeña que no me la hacés. Y tu padre, que salió bravo a saber por qué. Una se cansa, así no se puede.
Paula se arregla para ir a la oficina de mala gana, siente un poco de náusea al pensar en qué podría estar mal del proyecto, si todo estaba bien, qué se yo, tal vez una falta de ortografía, yo le dije al Gustavo que ese su color verde no iba bien ahí y de plano que eso no le gustó al cliente. Y yo, que soy la principal responsable, de seguro, despedida. Yo, que trabajé más que ninguno y que dí más del 100%, voy a quedar sin empleo. Adiós carro, adiós luna de miel en Cancún, adiós casamiento. Una lágrima de cólera se le sale mientras cambia de rojo a verde un semáforo de la Avenida Reforma.
Al llegar a la oficina, la cosa parece cementerio. Nadie habla, y todos están pasando el tiempo leyendo, viendo videos en internet, bajando música. Mayra, su jefa, le explica que el cliente llamó muy molesto en la mañana y que quería explicaciones por la tarde. Hasta hizo una amenaza velada de quitarle la cuenta a la agencia. No se mira bien la cosa vos, así que repasá la presentación y todo el material, porque habrá que defenderse y aguantar la tormenta que se viene.
Paula está en la computadora cuando su celular vibra, y es un mensaje de Esteban:
Esteban
22-Jul-08 11:55 a.m.
Tenemos que hablar. Paso por vos a las 7 a tu casa.
Un suspiro profundo sigue a la lectura. Y bueno, la idiota de la Yasmín seguro ya lo estaba haciendo tambalear. Con esas sus falditas y su cara de mosquita muerta todo el día en la oficina cerca de Esteban, algo tenía que pasar Y el otro caliente que no tiene principios. Seguro que por ahí va la cosa y por eso lo sentí distante e indiferente cuando le hablé por teléfono. Tenemos qué hablar, ¿no podías dejarlo para más tarde idiota? Paula vuelve a la computadora y sigue revisando la documentación del proyecto y ahora le parece que tiene muchos puntos flacos que al cliente le habrán disgustado. Almuerza en McDonald’s, sin ganas. La comida no le cae bien y regresa con agruras a la oficina. El cliente llegará a las 2:30.
Puntual, como siempre, don César llega, educado y cortés como es su costumbre, pero con gesto severo y molesto. Entra a la oficina de Mayra y casi tira el cd del proyecto en el escritorio y se escucha claramente afuera cómo levanta la voz y dice: ¡Que alguien me diga qué es esto!
Mayra toma el cd y lo introduce a su computadora. Y cuando mira lo que hay, se le sale un suspiro entre aliviado y avergonzado.
—Don César, este no es el cd del proyecto —explica Mayra—. Es un piloto de una campaña que propusimos el año pasado a otro cliente. Debe haber sido una equivocación y le mandamos un cd equivocado. Entiendo su enojo y le pido disculpas.
—Ya decía yo que esto no podía ser —responde don César—. También es cierto que no vi la presentación entera, si no, me hubiera dado cuenta. No he tenido buenos días últimamente.
Luego entra Paula con el ambiente ya aliviado y explica ciertos detalles de la campaña. Don César queda encantado y se va de la agencia sin imaginarse las penas que provocó por no ver bien el material que le habían enviado. El personal ahora está alegre y Mayra dice que se pueden todos ir a casa, pero que mañana los quiere bien temprano, porque la campaña comienza en quince días y tiene que estar todo a punto.
Una vez resuelto el primer conflicto de nuestra historia, ahora viene la resolución del segundo. El lector avezado ya habrá adivinado que el segundo conflicto también se resuelve favorable para Paula, así que miremos ahora cómo Paula sabe a qué se refería Esteban con su tenemos que hablar.
Paula se queda un rato más para revisar su email se conecta al gmail y ahí está, con una lucecita verde de chat, Esteban. Hace clic en el nombre de su amado y chatean:
Yo: hola
Esteban: hola cielo
Yo: de qué es lo que vamos a hablar?
Esteban: prefiero no decirlo ahorita
esperame, teléfono
Yo: ok
Paula se pregunta ahora qué le irá a decir. Si no le hubiera dicho cielo, pues la cosa sería terrible, habría que esperar lo peor. O quién sabe, quién entiende a los hombres. Esteban se asoma de nuevo al chat.
Esteban: volví
Yo: ok, entonces qué es eso de tenemos que hablar?
Esteban: pues tiene que ver con algo bueno 🙂
Yo: bueno?? cómo??? y qué te pasaba en la mañana??
Esteban: pues con algo como Cancún y luna de miel
en la mañana me hicieron atender a un cliente malhumorado, en mi día libre!
cielo, te veo en la noche, tengo que desconectarme, tqm
Yo: tqm, bye
Paula casi brinca de la alegría. “Cancún y luna de miel” ¡qué bien suena eso! Se asoma a la ventana de su oficina y mira cómo una tarde preciosa cubre a la zona 10. Todo es tan bonito. Baja al parqueo por su carro, sale del edificio, toma la Avenida Reforma, en el radio suena una canción vieja, de Frank Sinatra, Fly me to the moon. Adelante de ella va un BMW, lindo, del año. Paula silba contenta, piensa que en esta vida todo tiene solución, cuando el BMW nuevo se detiene de improviso y ella choca con él, y recuerda entonces que desde hace tres meses, por descuidada, no paga el seguro del carro.





La llamada


Amalia está sentada en el sofá de su casa, esperando que su teléfono celular suene. Ya hizo la limpieza, ya preparó el almuerzo y sus hijas están en la escuela. Pero la llamada no llega y los minutos se hacen eternamente largos y no hay nada bueno en la tele. La música tampoco la calma, entonces toda la casa está llena de silencio.
Solo hay un sonido que Amalia quiere escuchar y es el ringtone del himno a la alegría con que suena su celular cuando la llaman. Lo único que ha sonado un par de veces en la mañana ha sido el tono de mensaje de texto, con mensajes de publicidad. Marque el *TAROT para mejorar su suerte, dice uno. Pero de la llamada que espera, la que puede salvar la situación, nada.

Amalia lleva seis meses sin tener trabajo. Nunca tuvo carácter de comerciante, así que ha trabajado de doméstica por días, pero no se gana mucho, apenas alcanza. Su madre no se ha enterado de su situación porque Amalia es orgullosa, pero han habido días en que ella apenas comió un par de tortillas de maíz y un pan dulce, pero eso sí, a sus niñas nunca les ha faltado la comida. Revisa si el teléfono tiene suficiente carga y lee nuevamente los mensajes de texto, mira el mensaje de su mamá que alegremente le envió temprano desde el lago de Atitlán, donde pasa unos días por un retiro religioso, que dice: Amaneció nublado y lloviendo, con vientesito.
Amalia sonríe porque desde que su mamá aprendió a enviar mensajes de texto casi no la llama pero envía mensajes a cualquier hora. Se sonríe también por la falta de ortografía, y piensa, sí, tal vez suena mejor con s.
Instantes después se le quita el buen sabor del mensaje de su mamá y vuelve a su espera desesperada. La señora le dijo que si no la llamaban en una semana ya no lo harían, que se lo decía para que no esperara de balde. La semana se cumple justo hoy y entonces si ya no la llaman se habrá acabado definitivamente la oportunidad. De todas las entrevistas a las que ha ido, esta fue la que mejores síntomas de contratación dio. Pero ya ha pasado la semana, quizás ya contrataron a otra candidata más joven y que maneje mejor el inglés.
Amalia recuerda los días en que estudiaba secundaria y le parecía que podía conquistar el mundo. Sólo se trata de trabajar duro, pensaba entonces. Ahora piensa, sí, se trata de trabajar duro, ahora ya no para conquistar el mundo, sino para pagar las cuentas y comer. Pero primero tiene que haber trabajo, y eso es lo que ella no tiene. Tampoco sabe cómo inventarse algo que le de suficiente dinero para no pasarla mal. La hija mayor le dijo un día de estos que se miraba más flaca, y ella le contestó que era porque hacía dieta para verse mejor y conseguir empleo.
Ahora que le va mal por no tener trabajo fijo, dado que siempre lo tuvo, recuerda cuando su marido la abandonó. Según él iba a encontrarse a sí mismo en Estados Unidos, a trabajar y a enviar dinero, pero después de que llamó para avisar que había llegado bien nunca volvió a comunicarse. Ella supo después por medio de la familia de él, que allá se había juntado con una salvadoreña a los pocos meses de haber llegado. Así que decidió darlo por muerto y olvidarse definitivamente de él. Pero el dolor del fracaso matrimonial a veces vuelve cuando las cosas no van bien, y lastima un poco.
Empieza a rezar un rosario para calmarse y vuelve a rogar a Dios para que le envíe un empleo. Le recuerda que nunca ha faltado a la iglesia, y que si no ha dado ofrenda ahora es porque de veras no tiene. También le recuerda que ella nunca se portó mal, que siempre fue una mujer tranquila, que se apiade de ella. El rezo la calma y se levanta del sofá para ir al cuarto de las nenas, y mirando el osito amarillo de la pequeña se recuerda del día en que lo compraron en la paca; la nena lo miró, lo tomó y no lo quiso soltar.
Cuando son las doce menos cuarto en la mañana, Amalia piensa que ya no vendrá la llamada sino hasta después del almuerzo. Bueno, piensa, tal vez no era para mí, mejor pensar positivo, ya saldrá otra oportunidad. Ya está calmada y ya vendrán las niñas de la escuela, para ellas hay que estar alegre, por ellas vale la pena el esfuerzo. La tarde será menos larga, porque habrá que revisarles las tareas y harán bromas y después mirarán caricaturas.
Por fin suena el himno de la alegría en su celular y ella acude un poco temerosa. Es del número de la empresa. Le anuncian que la esperan el próximo lunes a primera hora, y que tendrá, así como ella lo pidió, el turno de la mañana. Ella conserva la calma mientras dura la llamada, toma nota de la dirección a donde debe presentarse y el nombre de la persona por quien preguntar. Cuando termina la llamada ella cae en el sofá, así como caen los maratonistas después de una carrera agotadora. Las lágrimas empiezan a salir, toda la tensión de los meses anteriores después del despido injusto parece liberarse por fin.
Media hora de llanto después se lava la cara y procura calmarse, las niñas no la pueden encontrar así. La pequeña llega muy contenta del colegio, la grande llega muy cansada. Mientras les da de almorzar, Amalia les cuenta que ya tiene un empleo nuevo y que por las tardes siempre estará con ellas. La grande responde que eso está bueno, porque así podrán ir otra vez a comer pizza afuera. Sí, responde Amalia, pero sólo si se portan bien. Pone cara seria, pero sonríe por dentro.






El celular

Son las siete de la mañana del domingo y Gustavo ya está listo para ir a la iglesia. Sus dos hermanas y sus papás corren por toda la casa buscando ropa, zapatos, lociones, bolsas, peines y celulares. Luego de algunos minutos, el siguiente en estar listo es su papá. Ambos se sientan en el sofá de la sala y sonríen cómplices al ver a la hija grande, que se ha puesto un zapato de uno y otro de otro.
En un instante el padre mira a Gustavo y lo siente extraño, hoy no regaña a sus hermanas por la tardanza, no se muestra ansioso y tiene un semblante tranquilo. Recuerda entonces el porqué.Hoy, después del servicio en la iglesia, Gustavo irá a comprar un celular nuevo.
La familia se encamina a la iglesia. A través de los vidrios del carro se mira una mañana soleada. La hija pequeña comienza a cantar una canción que le enseñaron en el colegio.

Cinco pececitos nadaban y nadaban,

vino un tiburón y a uno se comió.

cuatro pececitos nadaban y nadaban,
vino un tiburón y a uno se comió.
Al oír a la niña, al padre le entra una extraña sensación de fatalidad. Prefiere pensar en que en un día tan bonito nada puede pasar, quizás sea cuestión de leer menos periódicos o no ver el noticiero de la noche. Tantas noticias malas le han de haber provocado esa sensación de fatalidad. Gustavo en el asiento de atrás le hace cosquillas a la hija pequeña, que ríe contenta, mientras la grande intenta aprovechar algunos minutos más de sueño. Tiene la boca bien abierta de lo dormida que está.
Ya en la iglesia, los padres de Gustavo saludan a las familias amigas y los niños juegan en el patio. Gustavo espera a ver a Sandra, una de las jóvenes del grupo de los sábados. Le contará a ella que hoy comprará un nuevo celular y le enviará un mensaje nomás lo tenga. No será un iPhone o una Blackberry, pero tiene una pantalla touch y está chilero. Ese celular es el fruto de su trabajo en las vacaciones, ahorros en su mesada, y regalos en efectivo para su cumpleaños.
Pero los minutos pasan y Sandra no llega. El servicio va a comenzar y a Gustavo no le queda más que entrar a la iglesia, lamentándose no haberla visto. La busca en las bancas, voltea a ver pero no la mira, quizás hoy no venga, piensa. Pero por ahí, después de las canciones de introducción, Sandra llega a la iglesia. Lleva puesto una blusa verde, un pantalón negro. Su pelo suelto brilla puro comercial de la tele. La busca con la mirada para saludar, y ella lo mira. Le sonríe.
El pastor en su prédica le dice a sus feligreses que Dios quiere que seamos prósperos, que vivamos en abundancia, que seremos bendecidos si creemos y damos testimonio. Dios quiere que seamos felices. Pero debemos recordarnos de Él y ofrendar para tener una cuenta en el cielo, para cuando dejemos esta tierra. Gustavo asiente, levanta la mano derecha diciendo amén y piensa en su celular touch y en el primer mensaje de texto que le enviará a Sandra la bella, como él la llama.
Después del servicio, en la puerta de la iglesia, Gustavo se encuentra con Sandra. Le cuenta de la compra que hará por la tarde, un celular bien chilero con pantalla touch. Sandra sonríe coqueta y le dice que está bueno, que le envíe el mensaje de texto, ella todavía tiene un poco de saldo para contestarle. Al darle el beso y abrazo de despedida, Gustavo aprovecha para oler el aroma de su princesa.

Dos pececitos nadaban y nadaban,

vino un tiburón y a uno se comió.

Un pececito nadaba y nadaba,
vino un tiburón y se lo comió.
La familia almuerza en un comercial. La hija mayor quiere pizza, la menor quiere hamburguesa, mamá y papá comerán pollo frito. Gustavo les dice que prefiere ir a comprar su celular a una de las tiendas, que luego comerá rápido o pedirá para llevar a la casa. Camino a la tienda de celulares, piensa en que también actualizará ahora su estado de Facebook desde el celular. A veces no entiende por qué a la gente le encanta contar que está comiendo en tal lado, o que se levantó de malas, o que hay frío o calor, buenos días, buenas noches. Pero él no se quiere quedar afuera. A la noche, justo antes de dormir, enviará un mensaje para actualizar su Facebook, diciendo buenas nochesss. Con suerte Sandra esté conectada y le responda con un emoticon sonriente.
Gustavo entra en la tienda y pide directamente, sin ceremonias, el celular que quiere. Un muchacho que se mira buena onda lo atiende, toma el celular que quiere su cliente, le ingresa saldo y se lo entrega al adolescente impaciente. Prueba a llamar a su papá y le cuenta que ya tiene el celular nuevo. Luego escribe un mensaje de texto para Sandra: hola! ya tngo el nvo cel stoy n miraflrs. Para su sorpresa, al salir de la tienda, recibe respuesta de Sandra: k bn! yo stoy n peri, pq no venis? Gustavo casi pega un brinco de alegría, ella está en un comercial cercano y quiere verlo.
Después de ponerse de acuerdo con sus papás, que harán unas compras, sale caminando al otro comercial, que está al otro lado de la carretera a algunas cuadras de distancia. Va muy emocionado con su nuevo celular en la mano, tiene una cámara de un montón de pixeles y mp3 y una memoria de dos gigas. Verá a Sandra además. No se puede pedir mejor domingo. Decide cruzar la carretera sin subir a la pasarela. Cuando comienza la carrera para llegar al arriate central, de repente escucha que alguien grita ¡cuidado! y voltea ver confundido, mientras una camioneta agrícola lo golpea y lo envía varios metros por los aires. Antes de caer en el asfalto, Gustavo escucha a su hermana cantar un pececito nadaba y nadaba, vino un tiburón y se lo comió. El celular sale también volando. Lo recoge un muchacho que se lo mete a la bolsa del pantalón y sigue caminando, como si no hubiera pasado nada.

El empleado de centro comercial


Conseguí un empleo en un quiosco en el que se vendían celulares y accesorios. Era en un centro comercial de moda. Había rebotado de trabajo en trabajo haciendo lo que cayera. Cuando me dieron el empleo pensé que todo iba a ser de una manera muy diferente. En los centros comerciales todo parece muy bonito pero muchas veces por dentro está podrido.


Cuando empecé con el trabajo acababa de cumplir veintrés años. El comercial quedaba cerca de mi casa, me pagaban el salario mínimo. A veces. Charlie, el dueño del quiosco, era un tipo simpático pero era desobligado y distraído. Nunca tenía dinero para pagarme. A veces me tocaba esperar una semana para que me pagara el salario del mes, a veces incompleto. Eso sí, Charlie manejaba un carro del año y tenía siempre el último celular y la última tablet que habían salido al mercado.
Nunca fui un tipo luchador, así que aguanté en el empleo porque al fin y al cabo algo tarde pero llega el sueldo. Aprendí a manejar el dinero y el inventario de tal manera que yo mismo me adelantaba el dinero del sueldo y cuando llegaba el pago, lo reponía. Por último dejé de reponer el dinero, pero de eso todavía no hablaré.
Como cualquier empleo al principio era atractivo pero al poco tiempo ya era tedioso y parecía sin sentido. Es ridículo que la gente gaste tanto dinero en comprar y mantener un celular de moda y después no tenga para comprar comida o medicinas. Lo ví muchas veces. Recuerdo a una señora que llegó con fiebre y visiblemente enferma a comprar un estuche para iPhone. Me mostró la receta del doctor, no le alcanzaba para pagar la medicina, así que se gastaba el dinero en un estuche bonito para no sentirse tan mal.
En el mismo nivel en donde estaba mi quiosco había otro en el que vendían artículos de cuero. La encargada, María, se hizo amiga mía casi de inmediato. Yo le echaba un ojo a su local cuando iba al baño o a comer y ella hacía lo mismo conmigo. Ella era lo único bueno de tener ese trabajo.
El primer año fue particularmente sufrido con lo del pago. Charlie siempre me trataba bien, pero no me pagaba a tiempo. Su contador sí que me contaba las costillas. Cuando aún era nuevo y temía que me quitaran el empleo, pasaba días sin almorzar porque no tenía dinero. Iba al supermercado a comer de las degustaciones, pero no alcanzaba y no era de todos los días. María se daba cuenta y sin decirme nada me iba a dejar un pan con frijoles o una taza de café. Al poco tiempo ya estaba enamorado como un idiota de esa mujer.
María era dos años mayor que yo, algo regordeta pero con buenas curvas. Tenía una sonrisa muy agradable, que utilizaba como arma de venta. Le iba bien con eso. Su quiosco vendía bien, la dueña era una pariente suya y además estaba bien surtido y bien administrado. Era un verdadero negocio. Mi quiosco era un desastre y aparte de que no me pagaban a tiempo, no había renovación de producto y los clientes dejaban de preguntar por nuevos productos.
La administración del comercial era estricta. Cada cierto tiempo pasaban viendo que estuviéramos en nuestro lugar, que los quioscos estuvieran limpios y bien presentados, que no hubieran clientes desatendidos. A veces se les pasaba la mano. Llevaron casi a la humillación el regaño que le dieron a una mujer por abandonar su quiosco. Varios de los empleados intervenimos, porque lo que sucedía es que había enterrado a su padre el día anterior y de vez en cuando iba al baño a llorar. Tuvo que llegar al trabajo porque no había quien cubriera el negocio ese día.
Después del primer año en el empleo llegó un nuevo dueño que le quitó a Charlie el derecho del quiosco por una deuda que no le pagó. Con este sí había paga a tiempo, pero me trataba mal, me regañaba sin motivo y me descontaba dinero por cualquier cosa. Para ese entonces María me había rechazado varias veces.
María tenía un su novio del que estaba muy enamorada, pero que no la quería. Yo le decía que estaba perdiendo el tiempo con él, que yo la quería bien. Sin embargo yo para ella sólo era el mejor amigo. Como no tenía mayor cosa que hacer, insistí e insistí hasta que ella cayó. Al cumplir mi segundo aniversario en el trabajo ya éramos novios.
Después de haber tenido un año de estabilidad laboral y de al fin conseguirme una novia, el futuro parecía bueno. Pensábamos independizarnos y abrir un negocio propio. Hablábamos de planes y de futuros en donde estaríamos muy bien. Ahorramos durante un año pensando en casarnos. Así cumplí tres años en el quiosco y era feliz.
Luego todo se derrumbó. De nuevo cambió de dueño el quiosco y ahora volvió el Charlie, que había comprado de nuevo el derecho pero ahora ya no era amigable ni simpático, se había vuelto un tipo irascible y amargado. Volvieron de nuevo los atrasos en los pagos, el producto sin renovarse y los problemas.
Fue ahí en donde me dejé de preocupar por llevar bien las cuentas. Yo tenía mis planes y mis metas y no podía dejarlos aparte por un mal administrador. Junté dinero y renuncié y me cambié de empleo para otro comercial. Ahí se arruinó todo con María.
Le conté que que renunciaba, que ya no podía seguir en ese lugar. El error que cometí fue contarle que como no me pagaban, yo tomaba el dinero de las ventas y a veces tomaba un poco más. Su cara enamorada cambió totalmente después de hacerle tal confesión. Ella conocía al dueño, sabía cómo era y sabía lo que me tocaba pasar por su culpa. Pero nunca entendió que yo no robaba, que yo tomaba lo que me correspondía, y que si me hubiese tratado bien yo no tendría por qué haberlo hecho.
Poco a poco se fue distanciando hasta que un día que llegué a visitarla la encontré platicando con un tipo al que miraba como me había dejado de mirar a mí. No volví a llegar ni ella me volvió a llamar. Esa última vez que nos vimos fue como un rompimiento tácito, como un fin amistoso de contrato.
Sigo vendiendo celulares y accesorios en un quiosco de comercial. La paga no es tan mala, y si hay necesidad la complemento con maniobras de caja y de inventario, de tal manera que no se nota mucho y puedo continuar con el empleo. Estoy más gordo y ahora me emborracho siempre en los días libres. Me sigue pareciendo ridículo que la gente gaste tanto dinero en comprar y mantener un celular de moda.


http://www.anecdotario.net/tag/celulares/ 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario